Stabat Mater


I

Era la semana menor.
Era la semana mayor.
En la semana mayor, muchas voces
enmudecían
y despertaba la voz de la campana
que llamaba
a los penitentes de túnica morada,
a los agradecidos
de pies descalzos y fanal prendido.

Era la semana menor.
Era la semana mayor.
Un palio oscuro la ocultaba
vestida de negro y oro,
la multitud murmuraba
en resquebrajado coro,
eran sus lágrimas de agua,
eran sus lágrimas de vidrio.
Atravesado el corazón, cómo pesaban
las siete espadas del martirio.

Era la semana menor.
Era la semana mayor.
A las tres y media de la tarde
el horario de fatídicas palabras
mientras la carne entraba
en paroxismos de terror, y en el altar
un cuerpo moribundo la miraba
temblar ante el calor de su mirada.

Era la semana menor.
Era la semana mayor.
Era el momento sagrado.
Era el repicar dorado.
Esto viví, esto sigo viendo.
El testimonio no se pierde,
por algún lado queda el misterio,
una dulzura de acurrucado,
una obediencia de niño bueno,
una confianza de bienamado.

II
El padre nuestro que vive allá arriba
requiere constantes sacrificios.
El cuerpo de la madre se recubre
de pedazos de hijos.

Se la deja que se lamente
pero no que intervenga en la masacre.
Que se ocupe de regar los cementerios
y que plante para que otro siegue.

III
Ave señora
llena de gracia
que abres las puertas
de la mañana,
que hilas el hilo
de las estaciones
y con los dedos
labras la tierra.

Ave señora
llena de gracia
que de los cuerpos
de los muertos
creas hojas
formas alas
y conviertes
sangre en agua

para que germine
lo que duerme,
para que refleje
lo que vuela,
para que dé fruto
lo preñado,

para que se alivie
lo que duela.

IV
Estaba la madre dolorosa.
Estaba el hijo adolorido.
Ella en trono de madera.
Él en su caja de vidrio.

Estaba la madre dolorosa.
Estaba el hijo adolorido.
Ella, tendida en el suelo.
Él, sobre el aire tendido.

Estaba el hijo doloroso.
Estaba la madre adolorida.
Él, clavado en el espacio.
Ella, dispersada en vida

a las lluvias y a los vientos
y a los pájaros sombríos
que atrapaban en picada
la carroña de sus gritos.

Estaba la madre dolorosa.
Estaba el hijo adolorido.

Ella, cubierta de sangre.
Él, desnudo y casi limpio.

Él, con las manos abiertas.
Ella, con manos crispadas.
El, con mirada tranquila.
Ella, con la vista extraviada

en la línea vertical
del madero chorreante
que rígido levantaba
una señal acusante.

Estaba la madre enfurecida.
Estaba el hijo recogido.
Ella en su trono de fuego.
Él a sus pies, protegido.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

(Santurce, Puerto Rico, 1944) Profesor emérito, Eugenio María de Hostos Community College, City University of New York. Miembro de la junta ejecutiva de Latino Artists Round Table, NY. Primer premio de poesía y cuento de Casa tomada, NY, 2006. Entre sus once poemarios se cuentan Pato salvaje (1991), Entre la inocencia y la manzana (1996), De antiguo amor (2004), y Pan errante (2005) Antologado en varios volúmenes, entre ellos: Papiros de Babel: Poesía Puertorriqueña en Nueva York (1991); Noche Buena: Hispanic American Christmas Stories (Oxford, 2000), y Literatura Puertorriqueña del Siglo XX: Antologia (UPR 2004). Ha publicado en Revista de Venezuela, Revista Actual, Taller al aire libre, La nuez, Correo latino, Casa tomada, Sinalefa y Exégesis, entre otras. También ha publicado en revistas cibernéticas como Isla negra, Palavreiros, Desde el límite, Enkidu, Misioletras, Bestiario, RedyAcción, Poesía breve y Letras salvajes.