Prólogo de Laura Riesco Luzyinska

Es en el espacio del deseo y la sexualidad y la textualidad, del deseo y la escritura, donde se fundamentan los veinte poemas de La voz de la mujer que llevo dentro y es en ese espacio donde se canta al erotismo y donde a la vez se conjura a la mujer en la diversidad de sus voces. Enfrentándose a las clásicas oposiciones binarias de la ideología patriarcal, de esa mujer Alfredo Villanueva-Collado destaca su elemento pluralizante y para ella reclama la dimensión compleja de ser, por intervalos, todos los sujetos posibles. Lo erótico, en este caso acertadamente excéntrico, se desatiende de la noción original de lo “único”—lastre de nuestra tendencia a un centralismo cultural—para explorar más bien sus fuentes de dispersión y multiplicidad. Al mismo tiempo, el erotismo que se desprende de sus versos se va formulando en el territorio de la diversión, desviándose por una parte de un solo camino asignado, y encaminándose por otra hacia el placer, locus en el cual ni lo serio ni lo “apropiado” (según la terminología de Cixous) consigan regir.
Conciente en todo momento de las preocupaciones primordiales de la segunda mitad de nuestro siglo, dispuesto como en sus otros poemarios a emprender una labor desmitificadora, aquí también Villanueva-Collado se encara, no con uno sino con varios rostros, a las tácticas insidiosas del poder, y su voz, brotando quizá de los sueños y de las aguas, se apronta a descubrir
sin reparos ni timideces las zonas oscuras y misteriosas que han constituido tanto el objeto del deseo como el temor para el hombre.
Aproximándose a Barthes, el poeta nos sugiere que el erotismo en la escritura encuentra su estética en el placer y que sin ser sólo y necesariamente un discurso político, religioso o científico, llega a ser el suplemento de esos tres campos siempre y cuando logre acercarse al cuerpo, y siempre y cuando se aleje del discurso regresivo, idealista y autoritario de antaño.
Al articular su economía poética en el cuerpo y el placer, no ha de extrañar que Villanueva-Collado busque las huellas de Afrodita para hacer renacer una y otra vez la diosa generatriz del deseo, a la madre de Eros, por su cuenta origen de toda energía productora. Bajo el tutelaje de Afrodita lo erótico se desarrolla en su obra y las fronteras, los tabúes, culturales, se desmoronan ante la fuerza de su avance. Es posible así que en varios poemas las imágenes cristianas vayan rescatando y elaborando su paganismo inicial y que la liturgia católica se entregue en su aura primitiva y sacrificante. Es así admisible dedicarle a la Virgen—nunca se menciona el nombre de María—el espacio donde pueda recobrar su voz antigua de Cibele. Principio universal de reproducción y regeneración, será la madre primaria, pre-edipal, anterior al adusto advenimiento del padre y de la Ley, anterior al falo excluyente de otras formas de obrar y desear. Será la afrodita recuperada en sus múltiples facetas, la afrodita reinante en su pluralidad: proveedora de alivio, refugio de caminantes y navegantes y también la diosa a quien, en ciertas épocas, sacerdotisas adiestradas consagraban sus ritos divinizando el placer. Más aún, es la deidad que en un tiempo fuera sinónimo de Hermafrodita, y aquella otra, la antiquísima diosa barbada que integrara en sí tanto el principio masculino como masculino, y es por igual Afrodita Ariadne, adorada por jóvenes que venían a rendirle homenaje en atavíos de mujer. Trasgresión, cambio de vestimenta que mediante las ceremonias sacras se convertía a su vez en un cambio de piel, intento de asimilación que Villanueva-Collado investiga audazmente en sus poemas.
Es este el ofrecimiento íntegro y desprendido de una bisexualidad que (recordando a Cixous nuevamente) puede ser una experiencia múltiple y variable, cambiante, imprevisible, y que al intervenir en y subvertir el orden aumenta los efectos de la inscripción del deseo. Los poemas de La voz de la mujer que llevo dentro, al explorar esta zona, se arriesgan a cruzar los linderos donde empiezan las regiones húmedas y tangibles de lo erótico en su mezcla de sentimiento y hemorragia, de enaguas y muslos peludos, regiones donde no siempre es fácil el camino, donde el cambio de vestimenta/piel no siempre está garantizado: en “Jouissance” Villanueva-Collado escribe: “Ninguna ropa sirve/ Al Alfredo afrodito que surge del agua.” Sin embargo, estos versos, breves y eficaces, ya indelebles, fijos en la página, logran llevar a cabo la asimilación esperada puesto que realizan una doble fusión: la del poeta con la deidad que lo guía y la del contexto de su poemática con el juego del signo.
Es a favor del aspecto lúdico y aleatorio del signo, a su opacidad de cuerpo que Villanueva-Collado rechaza la cadena causal y racional, la transparencia mítica del significado. Conciente de que cualquier verdad, si ha de manifestarse, ha de ser en la letra y no en el espíritu, se acerca a la escritura reconociendo en y evadiendo de ella las trampas culturales de su fingida inocencia. La escritura, en su constitución, nos lleva siempre a “otra” parte en la búsqueda de conseguir el deseo, que de por sí, en un movimiento constante, se mueve más allá, se difiere. Ardid macabro, la acción de escribir recoge el pensamiento, la voz para recuperarlos de su fragilidad tenue y temporal y fijarlos imborrables, vivos (y muertos) en la página. Esta acción violenta en todo caso termina siendo un intercambio de ausencias y presencias. ¿No aniquila lo escrito a quien escribe? Esas letras que en su fijación e inmovilidad son muerte ¿no matan, al haber cobrado su derecho de ser, a quien las inscribió en la página? Si, como se sugiere hoy en día, en el registro simbólico del lenguaje soy lo que no soy, soy quien ha perdido algo, si la imagen totalizadora del espejo es por fuerza imagen de otredad, y por ende, me busco en las mascaras y en la página (donde no soy./estoy, donde llego a ser otra) ¿no será entonces la escritura misma una operación travestí?
De esta manera, la bisexualidad de la escritura, el ser lo uno y lo otro, el no ser ni lo uno ni lo otro, el ser alguien (y dejar de serlo) según el momento, otorgas y acepta el espacio de ser más de uno, de una. Sin duda, los poemas de La voz de la mujer que llevo dentro ponen de relieve esta descentralización del viejo sujeto imperial. Si la palabra no representa, no refleja nunca la realidad sino más bien la palabra misma, el espejo para Villanueva-Collado no hace entrega de la imagen preconcebida y totalizante sino que es tan sólo “la voz ovoide del reflejo”, imagen de reflexión. Igualmente, la atracción hacia el maquillaje de la mujer—ese privilegio de llevar una máscara a flor de piel—subraya su postura interrogante frente a la problemática del sujeto. ¿Quién es y cuántas son, capacidad plural de darse multiplicándose detrás de la pintura, detrás de “las máscaras móviles” que el poeta confiesa buscar en su propio rostro “donde permanece su escritura”, indefectiblemente la escritura de otro? Ser y no ser, tras el negativo de un autorretrato, no ser y ser a veces doncella, princesa adolescente y ninfa. Caer en el terreno donde sin remedio el que escribe se convierte en objeto de lo escrito, caer “. . . en sitio por etapas/ pliego a pliego, doblaje a doblaje.” Hacer y deshacer, como Penélope, el sendero que al hacerse nos borra, para seguir escribiendo, para seguir a la que “lleva como estandarte el cruce de la línea” y confesar que en esa labor “duele el corazón al intentarlo.”
Del agua—y tal vez, como ya dije, del espacio por igual líquido y movible de los sueños—surge La voz de la mujer que llevo dentro. En el sacrificio conciente que implica el acto de escribir, Alfredo Villanueva-Collado se ofrenda a Afrodita, a sus varias Afroditas. Con Luce Irigaray puede esperar que “tal vez la sangre tenga la libertad y el derecho de circular, sólo si toma la forma de la tinta. La pluma siempre estará lista a mojarse en los cuerpos asesinados de la madre y de la hija y la mujer escribirá en sangre negra (como tinta), la vestimenta de sus deseos y sus placeres.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Acerca del autor

Acerca del autor

Biobibliografía

(Santurce, Puerto Rico, 1944) Profesor emérito, Eugenio María de Hostos Community College, City University of New York. Miembro de la junta ejecutiva de Latino Artists Round Table, NY. Primer premio de poesía y cuento de Casa tomada, NY, 2006. Entre sus once poemarios se cuentan Pato salvaje (1991), Entre la inocencia y la manzana (1996), De antiguo amor (2004), y Pan errante (2005) Antologado en varios volúmenes, entre ellos: Papiros de Babel: Poesía Puertorriqueña en Nueva York (1991); Noche Buena: Hispanic American Christmas Stories (Oxford, 2000), y Literatura Puertorriqueña del Siglo XX: Antologia (UPR 2004). Ha publicado en Revista de Venezuela, Revista Actual, Taller al aire libre, La nuez, Correo latino, Casa tomada, Sinalefa y Exégesis, entre otras. También ha publicado en revistas cibernéticas como Isla negra, Palavreiros, Desde el límite, Enkidu, Misioletras, Bestiario, RedyAcción, Poesía breve y Letras salvajes.